Andrés Sobrino trabaja con sus materiales como un coleccionista: los separa, los clasifica por color, forma y por textura para después volver a unirlos intuitivamente. Busca a través de las diferentes combinaciones una imagen que se imponga, para que del cruce entre materiales diversos emerja, por fin, lo inesperado.
Antes que todo está la materia, entendida como la sustancia que compone al mundo, y su devenir material para la conformación de algo nuevo. Los objetos que operan como punto de partida de esta investigación llegan a él no sólo a través de la búsqueda sino también del encuentro. Objetos que provienen de su entorno, de la calle y del taller, desde el “fondo de caja de bombones octogonal color cobre” hasta un “mosaico encontrado en la vereda por mi hija Helena”.
Ante el material, lo primero que aparece son las formas. Su fascinación se concentra en la experiencia de la geometría. Predominan triángulos, círculos y cubos que derivan en figuras más complejas como hexágonos y trapecios. Formas simples y bien diferenciadas: “un cuadrado no pretende ser un círculo”, se lee en uno de sus apuntes. Además de formal, su búsqueda es pictórica.
Los colores vibran, se aglutinan y rechazan, se superponen, se niegan como si tuvieran vida propia: “…sospecho que se va gestando la existencia de un mecanismo paralelo de autogeneración y que parece ajeno a mi voluntad, como un ente autónomo, una coexistencia que solo necesita de mí los mecanismos materiales para transformarse en obra”